“Soy de Burton-on-Trent,” dijo Emma en nuestra primera cita, casi siete años atrás, y aún recuerdo la emoción inesperada de aquellas palabras.
Burton-on-Trent. La ciudad cervecera más famosa de Gran Bretaña y en algún momento, la capital mundial de la cerveza. Esa simple frase me recordó toda la historia y los conocimientos que había leído sobre el lugar. Sabía que la situación geológica y geográfica de la ciudad permitió su singular éxito. Burton estaba construida sobre capas de yeso, y su agua, dura y rica en minerales, daba lugar a cervezas excepcionales. Su agua también ayudó de otra manera. Aunque es una de las ciudades más interiores de Inglaterra, a kilómetros del mar, Burton cuenta con extensas conexiones fluviales y de canales que la conectan con los principales ríos y puertos del país, y que le dieron un temprano acceso al mundo.
Las primeras exportaciones de la ciudad fueron las Ales oscuras a los puertos del Báltico, pero la fortuna de Burton cambió cuando empezó a elaborar Pale Ales, incluidas las cervezas que serían luego conocidas como India Pale Ales. En 1822, el año en que Samuel Allsopp & Sons elaboró su primera cerveza para la exportación a la India, Burton tenía cinco fábricas de cerveza, que sumaban unos 10.000 barriles. En comparación, las cerveceras londinenses fabricaban colectivamente 1,5 millones de barriles. Pero en la década de 1880, tras décadas de considerable crecimiento (ayudado por la creciente red nacional de ferrocarriles), Burton fabricaba el doble de volumen que Londres, y más cerveza que cualquier otro pueblo o ciudad del mundo.
En su apogeo, Burton era una auténtica “Metrópolis de la cerveza” que “ha alcanzado un punto que no tiene equivalente en el mundo”, escribió Alfred Barnard, un historiador de la cervecería, que describió los edificios de la cervecería de ladrillo rojo “tan grandes como las Cámaras del Parlamento”.
Eso no es una hipérbole—la escala victoriana de su industria era impresionante. Bass, entonces la mayor cervecera del mundo, tenía tres cervecerías en la ciudad, con 28 marmitas, 24 cubas de maceración de teca y 5.000 fermentadores de 4 BBL en su sistema de fermentación Burton Union. Utilizaba 60 toneladas de lúpulo a la semana y elaboraba 1 millón de barriles al año. Además de Bass, la ciudad contaba con más de 100 malterías y otras 30 cervecerías (siete de ellas fabricaban más de 100.000 BBL al año), y daba empleo a más de 8.000 personas que podían beber en más de 150 pubs. Todo esto se concentraba en un área de poco más de una milla cuadrada.
Este pasado está más allá de una comprensión o analogía significativa hoy en día, especialmente cuando uno camina por su tranquilo centro urbano y ve lo poco que queda. Y sin embargo, cada vez que vuelvo a Burton con Emma, me siento más atraído, mi curiosidad adquiere definición y color como una Polaroid a mitad de camino. Pero a medida que descubro más de Burton, también me he dado cuenta de lo mucho que el pueblo es un lugar de recuerdos, y de que incluso esos recuerdos están desapareciendo.
Hoy, Burton es un nombre que se pronuncia sobre todo en tiempo pasado. La gente no lo visita como lo haría en Múnich, Bruselas o Praga. Muchos lugareños apenas conocen o aprecian su historia, y la mayoría ya no tiene una conexión familiar o emocional con la cerveza Burton.
Pero todavía hay quienes lo hacen. El Burton que quiero conocer es el que recuerdan las personas que vivieron y trabajaron allí durante toda su vida, mientras puedan aún contar sus historias.
“Cuando éramos jóvenes, si íbamos a cualquier sitio y la gente nos preguntaba: ‘¿De dónde vienen?’, si decíamos: ‘De Burton-on-Trent’, todo el mundo decía: ‘Oh, de ahí viene la cerveza’. Eso no ocurre ahora. Ya no se nos conoce por eso. Es una pena”.
Así lo describe Irene. Es una de las 25 personas que participan en una reunión de Zoom social organizada por el Burton Albion Football Club Trust. También está Peter, un ex cervecero de Bass. También está Linda, cuyo padre era maltero en Truman's—recuerda cómo sus pantalones se llenaban de malta cada noche. Y luego está Sue, que era guía de turismo en Bass; su marido también fabricaba cerveza allí. “Era muy divertido. Era absolutamente maravilloso”, dice.
“Cuando éramos pequeños, íbamos con una jarra a la tienda y comprábamos la cerveza del abuelo”, comenta Irene. “A mí no me gustaba, pero mi hermana la bebía durante todo el camino de vuelta a casa, y eso que tenía siete u ocho años”. Para Carol, “el regalo de la semana era que me llevaran a sentarme en el patio de un pub con pop and crisps [soda y papas fritas] mientras los padres estaban dentro reunidos con amigos y tomando una pinta”.
La mayoría del grupo sonríe y se ríe al compartir sus experiencias al crecer en Burton durante las décadas de 1950 y 1960. Aunque Joyce es la excepción, una enfermera que se trasladó a Burton desde Irlanda cuando tenía 17 años. Recuerda el olor característico de la ciudad: “¡El olor era espantoso!”.
A mediados del siglo XX, el aire de Burton era un reflejo intenso de las diferentes fábricas de la ciudad. Había una ebullición casi constante del mosto, con su aroma dulce y a lúpulo. La levadura de cerveza sobrante se reducía a Marmite, que se ha fabricado en Burton desde 1902, produciendo un olor fuerte y sabroso. Y estaba Robirch, una fábrica de pasteles de carne con su propio matadero.
Si el olfato es el sentido que más se asocia a la memoria, el olor de la ciudad, ya desaparecido, sigue vivo entre quienes lo experimentaron. “¡Qué cacofonía de olores parpadeantes!”, dice Steve Topliss, antiguo head brewer de Ind Coope. “Caray. Me encantaba, pero los olores eran increíbles”.
El otro recuerdo destacado de Burton son los cruces de ferrocarril. Con las cervecerías, las malterías, las tonelerías, los almacenes de cerveza, los depósitos y otros lugares repartidos por la ciudad, las cervecerías tendían kilómetros de vías férreas privadas para transportar las mercancías entre lugares, y había 32 puertas de paso a nivel para controlar el flujo del tráfico.
Los trenes de las cervecerías no seguían un horario, y en cualquier momento las puertas de paso a nivel podían bajar, lo que significaba que la gente llegaba a menudo tarde a la escuela o al trabajo. “Era fenomenal”, dice Steve Wellington, antiguo head brewer de Worthington Brewery. “Solían decir que si había un atraco a un banco en Burton, la policía llamaba a los guardias de los cruces para que cerraran todas las puertas, porque no había una carretera fuera de Burton que no tuviera puertas de cruce”. Esa es una historia que he escuchado al padre de Emma contar antes. Sólo era un niño cuando desaparecieron las líneas de ferrocarril, pero es una de esas historias que permanecen en la memoria colectiva de Burton.
Las cervecerías proveían paternalmente a la gente de muchas maneras, y lo hicieron desde los tiempos en que eran dirigidas por generaciones sucesivas, por los señores Bass, Allsopp y Worthington. Esa práctica generaba una fuerte lealtad entre los empleados; uno trabajaba para la misma cervecería que su padre, su madre, su tío o su hermano, siendo el vínculo de sangre el único currículum que se necesitaba. Los habitantes de Burton me cuentan que eso era un orgullo, un sentimiento de pertenencia, que se inculcaba desde pequeños.
“Mi padre trabajó en cervecerías de Bass. Era un mashman (macerador)”, dice Terry Elks, un habitante de Burton cuyo primer trabajo tras dejar la escuela fue en Bass. Su madre trabajaba en Worthington y, a los 13 años, consiguió un trabajo de verano allí limpiando las salas de descanso de los trabajadores y puliendo las salas de los sindicatos.
“El verano siguiente fui lupulador”, dice; su trabajo consistía en añadir la adición de lúpulo seco en barriles llenos de cerveza. “Tenía una gran carretilla llena de lúpulo y un balde de madera. Tenía que coger una cucharada de lúpulo y luego, cuando me gritaban, tenía que llevarles el lúpulo y poner un puñado de lúpulo en el barril antes de que pusieran el tapón”.
A los 13 años, Elks tenía una asignación de cerveza de una pinta al día (“Me llevaba la mía a casa para mi padre”, comenta). Todos los trabajadores tenían su asignación, normalmente un litro o unas cuantas pintas al día, además de cualquier extra que pudieran conseguir, y todos conocían una forma de conseguir cerveza extra. Cuanto más manual era el trabajo, más cerveza se recibía, y los malteros ganaban algunas “pintas de sudor” extra si trabajaban en el horno.
Beber en el trabajo no sólo era aceptable, sino que era un hecho. Algunos se tomaban unas cuantas pintas por la mañana, otras durante el día y aún más después de su turno. Las teteras se llenaban de cerveza. Los carretilleros se tomaban habitualmente una pinta en cada bar al que entregaban cerveza. Alguien siempre sabía cuál depósito estaba lleno de Strong Ale. Según la leyenda, había un tipo en Ind Coope que supuestamente podía beber un firkin—72 pintas imperiales—en un turno.
“Como alguien me dijo una vez, 'si beber cerveza fuera un deporte olímpico, sólo tendríamos que pasear por Burton High Street y tendríamos un equipo A y un equipo B, sin ningún problema'”, dice el Dr. Harry White, antiguo director de calidad de Bass. “La gente podía beber cerveza muy, muy en serio. Una de las cosas clave que hay que aprender es que cuando estás en una liga que está por encima de la tuya, no intentes competir. Había algunos tipos que tenían las piernas huecas”.
Worthington elaboraba una cerveza ligera para el subsidio del personal, pero Peter Smith, un lugareño de Burton que empezó a trabajar en Bass-Worthington en 1959 (las dos cervecerías se fusionaron en 1927) y terminó su carrera 40 años después como director de malteado, recuerda cómo el personal “solía robar cerveza durante todo el proceso. Algunos llegaban y marcaban a las 6 de la mañana y no los veías en todo el día. Se iban a dormir o a beber. Había tantos empleados que no echabas de menos a nadie. Simplemente desaparecían y los encontrabas dormidos en un rincón”.
A pesar de lo común que era el consumo excesivo de alcohol, nadie con quien conversé recuerda que la ciudad estuviera llena de borrachos. “Según mi experiencia, no había mucha gente que bebiera en exceso”, dice Topliss. En los años 70, los empleados de Ind Coope tenían una asignación de dos pintas diarias, y además “la gente hacía una charla social y robaba alguna que otra”. El hecho de tener trabajos duros que empezaban a primera hora de la mañana llevó a cierta moderación (de algún tipo).
Algunos de los lugares más populares para beber eran los clubes deportivos y sociales de las cervecerías, que eran grandes locales que ofrecían entretenimiento cada semana. Las empresas cerveceras tenían sus propios equipos, que cubrían una amplia gama de deportes o actividades. Se organizaban juegos entre cervecerías y departamentos, lo que permitía a los trabajadores conocer mejor a sus compañeros. Bass también celebraba un día de campo anual en el que los empleados podían presentar flores y vegetales a un concurso y ganar premios en efectivo. Se organizaban espectáculos de fuegos artificiales y concursos de rodaje de barriles. Durante las Navidades había fiestas y todos los empleados recibían vales para canjearlos por un pavo en una de las carnicerías de la ciudad (muchos también se llevaban a casa una caja de las fuertes Winter Ale o Barley Wine). En el pasado, las cervecerías incluso organizaban excursiones de un día para que el personal y sus familias fueran a la costa, viajando en una gran flota de trenes. Estas experiencias sociales en toda la ciudad, entre cervecerías, fueron una vez el corazón del mundo social de Burton.
En la década de 1960—cuando se avecinaban cambios inminentes—las cervecerías ya se consideraban anacronismos victorianos, empresas antiguas con valores antiguos, y con directores avaros y testarudos a los que los trabajadores se dirigían como “Señor”.
Wellington recuerda a Lord Gretton, que estaba a cargo de los ingredientes de Bass. Un obrero caminaba por el patio de la cervecería y la suela de su zapato estaba suelta y se agitaba cuando llamó la atención de Gretton. “'Ven aquí, muchacho', y él le dijo: '¿Qué le pasa a tu zapato?'”. recuerda Wellington. El joven respondió: “'Sí señor, sí mi señor, se ha salido'”. Gretton sacó un enorme rollo de dinero de su bolsillo, “y este tipo pensó: '¡Cristo, me va a comprar unos zapatos!' y [Gretton] le quitó la banda elástica, se la dio y le dijo: '¡Ahora envuélvela alrededor de tu zapato! Ese era el tipo de hombre que era. Era tan mezquino como nadie”.
Luego estaba Jack Leachman, el director de producción de Bass. Llevaba puntas de acero en los zapatos, y si oías los chasquidos, ibas en dirección contraria. Un día, el brazo de lavado se rompió en una cuba de maceración. Dos tablones de madera se extendieron a través de ella, y un ingeniero llamado Goodall se arrastró a lo largo de ellos. Sin previo aviso, las puertas de la cuba de maceración se cerraron de golpe detrás de Goodall y éste oyó que la gente salía corriendo. Cayó en el líquido caliente hasta la cintura. “Estaba gritando cuando de repente se abrieron las puertas de la cuba de maceración”, dice Wellington. “Leachman miró dentro y dijo: 'Ah, hola Goodall, ¿estás bien?' y él respondió: 'Sí, señor Leachman, estoy bien, señor'. Jack cerró la puerta y se marchó de nuevo. Click click click. Ese es el tipo de miedo que le tenían”. (Goodall usaba una braga gruesa, y no se lastimó a pesar de la temperatura).
Pero interacciones como ésta pronto serían cosa del pasado. Los avances en las cervecerías y en la industria cervecera británica en general habían comenzado a acelerarse a lo largo de la década de 1960, y cambiarían fundamentalmente la ciudad de Burton.
En 1960, Bass empleaba a cerca de 3.000 personas. Más de 500 eran ingenieros, más de 300 trabajaban en la tonelería y en la limpieza de barriles, y más de 200 transportaban mercancías. También había una amplia gama de otros oficios y profesionales: “Había zapateros, sastres, carreteros y fabricantes de ataúdes, por el amor de Dios”, dice Wellington. Había hojalateros, caldereros, fontaneros, electricistas, decoradores, rotulistas, mozos de cuadra para los caballos e incluso bomberos.
Cualquier burtoniano que no estuviera empleado en una cervecería probablemente trabajaba en una industria auxiliar, como los fabricantes de cerveza, los proveedores y torneros de madera, las tonelerías y malterías independientes y los impresores de posavasos. La cerveza abastecía a toda la ciudad de una forma u otra, así que cuando llegaron los cambios, éstos golpearon el corazón de Burton, su comunidad y su identidad.
Fueron los materiales y la maquinaria, y el cambio de la madera al acero y a la automatización, lo que tuvo el mayor impacto global. Ese cambio significó que se necesitaban menos obreros y artesanos calificados, que se empleaba a menos gente y que se vinculaba a las cervecerías. Las industrias locales asociadas perdieron su posición frente a los proveedores nacionales o internacionales, y tuvieron que adaptarse para no quebrar. La mano de obra se racionalizó a un número monetario en lugar del nombre de una persona; ya no eran los hijos los que tomaban el relevo de los padres, sino que los reclutas educados se trasladaban a Burton para ocupar puestos en las cervecerías. Las conexiones familiares que creaban vínculos tan fuertes en la comunidad estaban desapareciendo.
El papel más destacado que se perdió en la ciudad fue el de los toneleros. Las tonelerías fueron en su día “un espectáculo absolutamente fenomenal”, dice Wellington. Había decenas de miles de barriles de madera apilados, cientos de miles en circulación, y cada uno de ellos se construía y reparaba a mano. “Solía haber cientos de toneleros. Cuando llegaron las barricas de acero inoxidable, todos se dispersaron”, dice Wellington. “Estas personas altamente calificadas, que podían hacer una barrica de madera resistente al agua, muchas de ellas se vieron [haciendo otros trabajos]. Qué pena”.
Fue una rápida desaparición, ya que en unos cinco años se pasó de la madera a la madera revestida de acero y luego sólo al acero. Las cervecerías ganaron en consistencia con la cerveza, pero eso no fue un consuelo para los toneleros. Ese cambio de paradigma plantea una pregunta que se refiere a Burton y al mundo en general: ¿Qué ocurre cuando algo deja de ser necesario?.
Burton sigue siendo una importante ciudad cervecera, pero tras numerosas consolidaciones, cierres y cambios de propiedad, hoy sólo quedan dos grandes cervecerías. Las instalaciones combinadas de Bass, Ind Coope y Allsopp son ahora propiedad de Molson Coors Beverage Company, mientras que al final de la calle está Marston's, que ahora forma parte de Carlsberg. Todos los viejos nombres famosos han desaparecido.
Las pérdidas y los cambios son difíciles de conciliar con los sentimientos positivos y los recuerdos de las personas que conocieron bien las cervecerías. Desde los obreros hasta los ex directores, las personas con las que hablo sienten un verdadero afecto por su tiempo de trabajo en la industria local. Neil Jackson, un ex empleado de Marston's, recuerda durante una hora las anécdotas y luchas de una carrera de 25 años en la cervecería.
“Una mañana pusieron en marcha la línea de embotellado y lo primero que bajó de la línea fue un tipo, un conocido bebedor, profundamente dormido”, se ríe. Luego está la historia de los conductores de elevadores desnudos. Un auto envuelto en film transparente. Una boda in situ. Un cubo lleno de cerveza desechada. Carreras de motos. La alegría y los retos de trabajar en el sistema de Burton Union (“Operar en él es amar”, dice). La forma en que un contratista descontento, que tenía el trabajo de colocar las grandes letras fuera de la cervecería, decidió colgar las dos S al revés.
Como la mayoría de las historias que me cuentan, estas anécdotas evidencian la camaradería, una palabra que oigo repetir a muchos. “Todo tiene que ver con la gente”, dice Jackson. “Todo el mundo se conocía. Era como ir a trabajar con tus hermanos”. Como dice Peter Smith, “para algunas personas, las cervecerías y sus conexiones eran su vida total”.
“La gente estaba orgullosa de la empresa para la que trabajaba”, dice Topliss. “Era una familia. Cuando te contrataba una de las cervecerías a finales de los 60, principios de los 70, te sentías orgulloso de ello, y casi realizado en cuanto a tu carrera”. Con el paso del tiempo, se produjo una “dilución de la cultura y el sentimiento de pertenencia”, dice. “A menos que hayas estado allí, es muy difícil transmitir lo mucho que sientes por la familia cervecera. Ahora no existe eso”.
No sé si Burton es un lugar inatractivo o simplemente poco querido. Los años 60 y 70 fueron décadas de polvo, ya que las antiguas cervecerías fueron demolidas. Desde luego, no es bonita hoy, con su mezcla de grises ladrillos rojos victorianos, el feo acero y cristal de los años 70 y los parques comerciales sin carácter de los años 2000.
Esta ciudad postindustrial de clase trabajadora no ha reemplazado su industria perdida. Los antiguos lugares de trabajo duro son ahora lugares de esparcimiento liviano—un cine, un gimnasio, cadenas de restaurantes, tiendas de artículos para el hogar y tiendas de moda. Hay pocos signos de gentrificación, y hoy en día Burton es una ciudad-mercado en la que sólo quedan unos pocos puestos solitarios. Hay menos de 20 pubs cuando antes había más de 150.
Y aún así siento cierta nostalgia por Burton. O tal vez sea más bien una añoranza romántica de un pasado que fue derribado décadas antes de que yo visitara la ciudad por primera vez. Paso junto a los viejos bares, las tiendas cerradas, y a mi alrededor hay edificios y lugares que fueron algo más, vestigios de la época en que Burton prosperaba. Es ese algo más fantasmal lo que me sigue fascinando.
“La ciudad se construyó sobre la base de la cerveza”, dice Ian Webster, un historiador de la cerveza de Burton que ha escrito varios libros sobre la ciudad. “Los edificios municipales, las iglesias, las casas, fueron construidos por las cervecerías”. El plano de la ciudad proviene de la época en que las cervecerías se expandían rápidamente, y todo lo demás tenía que encajar a su alrededor. En un paseo juntos, Webster me ayuda a orientarme en la ciudad, y me señala todo lo importante que queda, así como lo que ya no existe.
Paseamos por High Street, donde William Bass abrió su fábrica de cerveza en 1777, en una calle sin pavimentar y sin alcantarillado, que en su día contaba con escalones para poder cruzar. La casa de Bass sigue allí, detrás de una puerta de hierro oxidada, con los escalones delanteros desgastados por el uso, pero los años de desuso hacen que la maleza crezca a través de las grietas del hormigón. Es una triste señal de cómo se está ignorando el pasado, y una parte realmente importante, desde cero.
Los vecinos de Bass eran Worthington y Allsopp. El terreno original de la cervecería Allsopp es donde ahora se encuentra la sede de Molson Coors. A su lado hay un espacio verde abierto, que solía ser donde estaban Thomas Salt & Co. y la Burton Brewery Company. Uno de los pozos de agua originales sigue allí, junto al centro de ocio.
Un lugar importante sobrevivió a la demolición: la antigua torre de agua de Bass, construida en 1866. Está junto a Washlands, que estaba en la parte trasera de todas las cervecerías, un denso muro de fábricas y chimeneas que da al río Trent. Hoy es un agradable espacio verde donde juegan los niños y la gente trota. Es difícil lamentar ese cambio.
La torre de agua de Bass está frente a la biblioteca, que solía ser la maltería de Worthington. Una línea de ferrocarril pasaba frente a Worthington Brewery y el bar de la cervecería, que ahora es un pub llamado The Crossing. La línea de ferrocarril se convirtió en una carretera, que pasa por Home Bargains y la cadena de pollos asados Nando's. A la derecha se encuentra el complejo comercial que fue Bass' Middle Yard. En 1960 almacenaba 25.000 barriles de cerveza. Ahora es un estacionamiento para cientos de autos.
Frente a KFC y el parque comercial está la inmensa fábrica de cerveza y depósito de Molson Coors, con bancos de altos tanques de acero. Está junto al National Brewery Centre, que alberga un rico archivo de recuerdos cerveceros de Burton, como una maqueta de la ciudad a finales del siglo XIX, máquinas de vapor, una cervecería legado y recreaciones de antiguos pubs. Es el mejor lugar para empezar a entender Burton cuando era la ciudad de la cerveza. En el exterior se encuentra el antiguo Burton Union System, una bonita y envejecida reliquia a la sombra de los barcos sin encanto que lo sustituyeron.
En otro lugar, la cervecería Everards y la cervecería Truman son ahora urbanizaciones residenciales. La antigua fábrica de cerveza Charrington es una tienda de ropa deportiva económica. El supermercado Sainsbury's está en los terrenos de Bass. El centro comercial está en los terrenos de Worthington Brewery, y se llama Cooper's Square—en su interior hay una estatua de un tonelero de Burton, que recuerda la importancia que tenía ese sector para la ciudad.
El único sitio cervecero antiguo importante que se conserva en el centro de la ciudad abarca gran parte de las antiguas cervecerías Bass, Ind Coope y Allsopp. Sigue siendo una de las mayores cervecerías de Gran Bretaña. Sin embargo, muchos de los antiguos edificios no se utilizan o ya no forman parte de la cervecería, como el impresionante edificio de Allsopp, situado frente a la estación de tren, que ahora es un espacio vacío de oficinas.
A su alrededor hay fermentadores plateados, por los que pasan unos mil millones de pintas al año, gran parte de ellas de Carling, la cerveza británica más vendida al por menor. Y, sin embargo, con toda esta producción, no estoy seguro de haber podido oler el aroma dulce y lupulado del mosto que flota en el aire.
A sus 70 años, Steve Topliss sigue fabricando cerveza. Su canto de cisne a la cerveza de Burton está en el pub The Roebuck, en Draycott in the Clay, a trece kilómetros de Burton. Su IPA es el tipo de cerveza que hizo famosa a Burton: tiene un 5% de alcohol, es de malta y tiene un cuerpo suave, con un dulzor inicial que desemboca en un amargor duradero y apimentado, mezclado con lúpulos ingleses tipo mermelada. Pronto Topliss pasará la fabricación de cerveza a su yerno.
Hay otras cervecerías en la ciudad que elaboran las clásicas Burton Ales, como la Burton Bridge Brewery, de 40 años de antigüedad, y la Tower Brewery, cuya Imperial IPA es una de las favoritas de la zona. También están la Burton Town Brewery, la Gates Brewery y Marston's, cuya Pedigree Ale se sigue elaborando con el sistema Burton Union y cuyos barriles sigue manteniendo un tonelero, el último que queda en la ciudad.
Marston's también elabora la cerveza de cask Draught Bass, y beber una pinta sigue siendo una experiencia cervecera icónica en Burton (aunque la marca sea ahora propiedad de AB InBev).
“Si vas a beber buena Bass, no hay mejor lugar para beberla que Burton, porque si no está a la altura, la gente te lo dirá”, dice Carl Stout, que, junto con su mujer Nicky, es propietario de The Devonshire Arms, que en su día fue el bar de la cervecería Ind Coope. “En Burton hay una cultura de la bebida muy intensa. Burton ha perdido muchas cosas, pero no parece haber perdido su corazón [y] la calidad de la cerveza tiene que ser absolutamente perfecta”.
Una pinta de Bass. Es una elección de bar tan simple y sin embargo, viene con su gran peso de historia como la cerveza que fue la más vendida del mundo. Todavía me emociono cuando pido una.
La Draught Bass de The Devonshire es la mejor que he probado en la ciudad. Se sirve a través de un espumador—una boquilla en la canilla—para darle una espuma espesa y cremosa. El color distintivo brilla como una brillante moneda de un centavo. Tiene la riqueza de malta y el dulzor inicial de una Burton Ale, a la vez que es ligera y amarga, con un carácter afrutado de la levadura que la eleva. Como todas las cervezas clásicas del mundo, es la cerveza más normal que se puede beber aquí y, sin embargo, es también la más importante, la más querida y discutida; es una pinta siempre familiar y, sin embargo, siempre un poco diferente, siempre atractiva, siempre reflejando algún elemento clave de la ciudad.
“Deberíamos gritar a los cuatro vientos sobre Burton-on-Trent”, dice Stout. “Deberíamos hacer que la gente venga en tren a visitar la ciudad, las cervecerías y el National Brewery Centre”. Lo que más aprecia son los pubs: “Tiene una selección tan variada de pubs que se basan en valores muy tradicionales que van de la mano de Burton: buena cerveza, buena compañía, establecimientos bien gestionados, que suelen estar bien mantenidos”.
A la vuelta de la esquina de The Devonshire Arms está The Coopers Tavern, probablemente el pub más famoso de Burton. “Aquí hay historia en cada pared”, dice Mandy Addis, la propietaria del pub. También hay historia en cada pared: Comenzó siendo la casa del cervecero Bass antes de ser utilizada para almacenar malta y luego Imperial Stout. Los toneleros de Bass solían beber aquí, y es un pub desde 1858. Es pequeño, acogedor y agradable, y el rasgo distintivo es el taproom en la parte trasera, donde se alinean cuatro barriles de cerveza—que siempre incluyen la Bass de barril—servidos por gravedad en lugar de a mano.
“La gente viene de todas partes para beber Bass”, dice Addis. “Estoy en el centro de Burton, la capital cervecera que fue. Es un pub propiamente de bebedores, un pub de habladores”, donde uno se sienta cerca de los demás y habla con ellos. Es un pub en el que se han compartido muchas historias a lo largo de las décadas. “Si estas paredes pudieran hablar”, dice, con la voz entrecortada.
Conocer a Emma y visitar regularmente Burton fue lo que me hizo sentir un nuevo aprecio por la ciudad, y un deseo de saber más sobre ella, quizás porque me encanta la cerveza y su lugar en la historia social, o quizás como una conexión con Emma y su familia.
Uno de los abuelos de Emma, así como su tío abuelo, trabajaron como plomeros en Truman's. El otro abuelo trabajaba en la sala de embotellado de Ind Coope. Los padres de Emma recuerdan que las opciones de empleo al salir de la escuela consistían en elegir entre hacer cerveza, pasteles, zapatillas o galletas. Pero ninguno de los dos acabó en las fábricas cuando empezaron sus carreras en los años 70: Su padre entró primero en la marina y luego en el servicio de bomberos de Burton, y su madre en el Servicio Nacional de Salud. Fueron la primera generación desde mediados de 1800 que nació en Burton y no trabajó en una fábrica de cerveza.
Los abuelos de Emma murieron antes de que ella naciera, y no creció con las cervecerías como parte de su vida. “Ha estado a mi alrededor toda mi vida. Quizás era tan visible que no me di cuenta”, dice. “Las cervecerías son sólo esos grandes edificios de la ciudad por los que pasas de camino a las tiendas. Creo que nunca llegué a pensar que Cooper's Square significaba los toneleros”. Era sólo un lugar, un nombre; no significaba nada hasta que significó algo.
Tal vez eso sea lo mismo para cualquier persona en su ciudad natal. Yo crecí en Chatham, Kent, un importante puerto naval. Solíamos pasar el rato en el astillero y en el muelle, pero no asocié su historia hasta que me alejé de la ciudad. Emma preguntó a sus amigas qué recordaban de su infancia, y una de ellas dijo que daba por hecho que todas las ciudades tenían una cervecería en el centro.
Emma y sus amigas no bebían cerveza ni iban a los antiguos pubs. “De ninguna manera entraría en ellos. Me sentiría como una extraña al entrar”, dice. “A los 18 años no íbamos a beber pintas de cerveza negra como Bass. Teníamos alcopops de color azul fluorescente”. Se trata de un cambio cultural que se produjo en todo el país—yo bebía alcopops azules antes de beber pintas de Brown Ale—pero la mayoría de las ciudades no tienen el legado único de Burton.
Aunque Emma conoce Burton de toda la vida, apenas tuvo conciencia de la cerveza al crecer. “Burton es una pequeña ciudad olvidada”, dice, lo que significa que ha descuidado su propio patrimonio. A menos que ocurra algo radical, la próxima generación, los niños que crecen allí ahora, sabrán aún menos sobre él o su historia.
Las historias que he escuchado de las personas que conocieron Burton me han resultado familiares, y aunque no reconozco su contenido, conozco su tono y su afecto: Son del pub. Son historias que se repiten cada vez que se reúnen viejos amigos. Combinan la vida real y lo apócrifo, historias elevadas—exageradas—por las pintas de cerveza, que adquieren un nuevo significado con el paso del tiempo. Así es como se mantiene el espíritu, la camaradería y el viejo orgullo de Burton.
Esas historias de primera mano pronto desaparecerán, y los cálidos recuerdos serán sustituidos por los fríos hechos: la mayor fábrica de cerveza, millones de barriles, India Pale Ale, Bass. Cada vez que alguien repite las palabras “la IPA vino de Burton”, revive la narrativa de la ciudad, pero hay una distancia tan grande entre ese mito y la realidad que “Burton está convirtiéndose en una idea ficticia.
Steve Wellington fabricó cerveza en Burton durante casi 50 años, y me pregunto cómo reflexiona sobre su carrera. “No habría cambiado nada”, dice. “He disfrutado muchísimo. Ha sido absolutamente fabuloso, y me gustaría poder transmitir eso a otras personas de una u otra manera”. Wellington y todos los demás con los que hablé—incluidos muchos que ni siquiera aparecieron en este artículo—compartían el mismo sentimiento, y el anhelo de que otros la apreciaran como ellos.
“Esta es una ciudad cervecera de fama mundial, así que, por el amor de Dios, intenten pensar en cosas que puedan hacer que la gente se interese por venir a Burton”, comenta. “Tenemos algo muy, muy importante y único. Es el centro de la industria cervecera del Reino Unido. Es famosa en todo el mundo. Y no lo decimos nosotros”.