Mus tek cyear uh de root, fa heal de tree, es uno de los muchos proverbios en Gulá que escuché durante mi infancia en Charleston, Carolina del Sur. Aunque muchos de los refranes como estos son didácticos, no siempre entendí sus significados durante mi juventud. Pero ahora, con 42 años de edad, descubro su sabiduría—la importancia de cuidar de las raíces para que un árbol pueda sanar—ayuda a comprender los males de la sociedad en la que habito.
Charleston, con su riqueza cultural y su herencia, es catalogada con frecuencia como uno de los mejores destinos para viajar en Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de los guías, convenientemente ignoran la historia de esclavitud y segregación en la autoproclamada “Ciudad Santa.” Esa identidad enmarañada es algo que he conocido desde niño, y que tristemente he podido evidenciar otra vez en una reciente visita a casa.
Gracias a mi entusiasmo por la cerveza y su producción, siempre veo con entusiasmo visitar taprooms y cervecerías dondequiera que voy. Este fin de semana, no fue diferente. Llamé a uno de mis amigos, y nos encontramos en una cervecería. Tres horas después, ya habíamos visitado tres lugares distintos, todos dentro de un radio de 400 metros. Al esperar en fila para ordenar una pinta, mi amigo me hizo una seña y susurró una pregunta: “¿Dónde están todas las personas negras?”
Dependiendo a quien le preguntes, existen dos maneras de responder a esa pregunta, aunque ninguna cuenta toda la verdad. Visitar cervecerías es cosa de personas blancas. Por otro lado: las personas negras no toman cerveza.
"Tek Cyear uh de Root" es una serie de tres partes escrita por Jamaal Lemon—y con investigación y texto adicional adicional de Brian Alberts, Mike Stein, y Peter Jones—explorando los orígenes y evolución del Schützenfest de Charleston en el siglo 19. El festival y torneo de tiro anual comenzó antes de la Guerra Civil como una celebración de la cultura alemana, pero pronto se vio enlodada por la jerarquía racial de Charleston y los objetivos cambiantes de la Blanqueza Americana. Esta serie investiga al festival como un crisol donde se fusionaron la supremacía blanca, la resistencia negra, la experiencia local de reconstrucción, y la etnicidad germano-americana. Estas historias también están ancladas en la comunidad Gullah Geechee y sus tradiciones, y mostrará como las primeras inequidades del Schützenfest aún influencian la industria de la cerveza en la ciudad—y el país—al día de hoy.
Al continuar, exploramos este poco conocido capítulo de la historia americana, y nos ponemos a tono para el la serie companion podcast de tres capítulos, el cual será publicado el Sábado 10 de Julio.
Infinidad de eventos históricos y barreras sociales han generado que no hayan muchos rostros afroamericanos en aquella cervecería ese día en particular—ni en los dos anteriores. Si pasas suficiente tiempo en la industria, descubrirás que la cerveza artesanal es abrumadoramente blanca y masculina. Como la raíz desatendida de un árbol, los problemas continúan persistiendo dentro de la industria, distanciandose cada vez más de sus objetivos iniciales. En Charleston, una de las razones por las que hay tan pocos rostros negros en sus cervecerías es un asunto doméstico, que se puede rastrear a unos 150 años atrás—aunque a menos de 2 kilómetros de donde estuvimos aquel día—en el Schützenfest.
El Charleston Schützenfest,una competencia de tiro y festival comunal trasplantado desde Alemania, se hospedó en las tierras del Club Germano del Rifle en los bancos del Río Ashley durante décadas, comenzando en la década de 1850. Mientras que los miembros diparaban a blancos de una tradicional águila de madera montada sobre la cima de un poste, otros visitantes disfrutaban de juegos de fortuna y habilidad, así como de la música, el baile, y plenitud de comida y cerveza. Tanto hombres y mujeres, blancos, negros, inmigrantes y nativos eran todos invitados a disfrutar bajo el lema de celebrar la cultura alemana—al menos en un principio.
Los Schützenfests fueron comunes en Estados Unidos a mediados del siglo 19, una de las muchas plataformas en las que los germano-americanos utilizaban su cultura para negociar inclusión local y nacional. Con el tiempo, sin embargo, el Charleston Schützenfest pasó a servir como un indicador hacia el camino sinuoso en Carolina del Sur hacia la Guerra Civil, la supremacía blanca, y el negado potencial de reconstrucción. Ironicamente, los visitantes negros fueron bienvenidos en los primeros Schützenfests, porque su relación con las comunidades inmigrantes no se ajustabana a la ficción racial binaria que la clase esclavista mantenía. Pero eso cambiaría, a medida que las barreras que blanquitud cambiaron y las promesas de equidad racial fueron sistemáticamente traicionadas.
Es una vívida historia que contamos en tres partes comenzando en 1855, donde lo que unía a los charlestonianos Gullah Geechee y alemanes era mayor a lo que los separaba. El Schützenfest era un festival emergente y de relativa pequeña escala durante este período, pero el mundo del que nació presagió mucho de lo que sucedería luego, desde los frutos de la supremacía blanca plantados en la infancia de Charleston, hasta su escena cervecera moderna. Las tierras donde se llevó el festival en algún momento han sido vistas como la cuna de la cultura cervecera contemporánea de Charleston. Aunque tiene una población que es 44% afroamericana, la ciudad aún no conoce cervecerías propiedad de personas negras.
El Charleston pre-Guerra Civil era lo que los historiadores llaman una sociedad esclava, ya que la esclavitud estaba tan integrada a su política, economía y cultura que gobernaba casi todo aspecto de la vida.
La Ciudad Santa tenía una población de poco más de 40.000 habitantes en 1860. Cerca de la mitad eran descendientes de africanos occidentales, también conocidos como los Gullah Geechee, de los cuales cerca de 3.600 eran residentes libres, mientras que 17.600 estaban esclavizados y altamente segregados. Para hacer las cosas peores, la ley de Charleston asumía que cualquier persona negra era un esclavo a menos que pudiese demostrar lo contrario. Cualquier esclavo en espacios públicos debía llevar consigo un pase con instrucciones explícitas. Si un oficial de policía consideraba que se estaban desviando de la instrucción, o simplemente no tenían este pase, podían ser arrestados o sujetos a flagelación pública. Bajo el código de esclavitud, los charlestonianos negros podían ser—y fueron—castigados con barbarie por ofensas como llevar bastones, usar sombreros en público, fumar puros o cantar.
La policía y simpatizantes blancos mantuvieron una cultura de desconfianza hacia los residentes negros y cualquiera que los apoyase. Un debate perenne en la política de Charleston era si la policía contaba con suficientes recursos, era suficientemente grande, y suficientemente estricta con la población negra. Criminales blancos podían ser sentenciados a prisión, mientras que los criminales negros eran sentenciados a latigazos o a un asilo. Demostraciones de poder—desfiles policiales y militares, imponentes casetas de control, prisiones y escuelas militares, así como arrestos frecuentes—actuaban como coraza protectora alrededor del status quo.
Desde la época colonial, comerciantes negros, en su mayoría mujeres, vendían alimentos como huevos, papas y otros productos cerca de los muelles. Sus voces dieron a Charleston un sonido definitivo que resonaba en contraste al ruido de los pasos de marcha y sonidos de cañón. Sus tácticas de venta eran fervorosas y directas, pero nunca aleatorias. Las vendedoras incorporaron en Charleston las formas de negociación y dialectos heredados de sus ancestros provenientes de África occidental.
Su cultura distintiva contribuyó a hacer el mercado de la ciudad famoso a nivel nacional, aunque las élites blancas algunas veces trataban, y fracasaban, de suprimir su influencia. Los espacios comerciales como este eran especiales porque la jerarquía social era menos importante allí. Como señala la historiadora Ashley Rose Young, las relaciones comerciales del mercado sirvieron también para renegociar la autoridad entre el esclavista y el esclavo—ya fuese de manera temporal, y sólo en ese lugar.
Los hombres negros libres de Charleston trabajaban en el comercio especializado, mucho más que sus vecinos esclavos. Eran carpinteros, barberos, cocineros, costureras y pescadores. Pocos eran dueños de negocios, y si lo eran, rara vez por mucho tiempo—no tenían ningún acceso a crédito o capital, y los hombres blancos no patrocinaban sus emprendimientos de ninguna manera. Los esclavos estaban restringidos mayormente a labores no especializadas y labores domésticas, y eran con frecuencia “contratados” (esencialmente rentados) para trabajar para otras personas blancas. Una vez contratados, usaban placas de metal que denotaban su condición, una práctica única de Charleston, y los trabajadores blancos pobres, ocasionalmente pedían al gobierno vetar la práctica de contratación para no tener que competir frente a la labor esclava negra. Los líderes de la ciudad, abrumadoramente de la clase esclavista, siempre se negaban.
Los inmigrantes alemanes comprendían menos del 5% de la población de la ciudad en 1860, o cerca del 9% de su población “blanca”. Ese porcentaje declinó lentamente en el tiempo a medida que la población local superó a la inmigración. (Los inmigrantes raramente se consideraban a sí mismos blancos, excepto en casos en los que se les representaba como blancos al contribuir a acusar a una persona negra.)
Muchos, junto a inmigrantes irlandeses, se ganaban la vida con el comercio al por mayor, y como tenderos, particularmente en barrios más pobres y de etnias mixtas. Estos tenderos, con frecuencia compraban un edificio con apartamentos en las plantas superiores de sus tiendas. Llamados “Dutch Corner Stores (Tiendas de Esquina alemanas)” (el término ‘Dutch’ hacía referencia a cualquiera que hablase alguna lengua germánica en aquel momento), estas tiendas alemanas de abarrotes se ampliaban a salones, al agregar bares para comercializar puros, destilados y cerveza transportada de ciudades al norte, ya que Charleston no contaba con ninguna cervecería en ese momento. Estas tiendas se volvieron controversiales entre la clase esclavista, porque dependían no solo de las ventas de alcohol para mantenerse a flote, sino también de una clientela de afroamericanos. Funcionaban como un espacio donde los consumidores negros buscaban forjar su propia cultura de consumo, como una forma de resistencia a la opresión—así como para sentirse libres, aunque fuese por el breve momento que tomaba beber algo.
Estas tiendas de abarrotes también contribuyeron a una relación más amplia entre estos grupos. Muchos alemanes se agruparon en las mismas alas norte y oeste de Charleston que habitaban los residentes negros. Compartían las calles y sus hogares con sus vecinos negros. Inquilinos alemanes algunas veces alquilaban habitaciones a familias negras de la clase trabajadora, y vice versa. Usualmente esto era un acuerdo platónico, aunque algunos charlestonianos con un padre aleman y otro negro aparecieron en posteriores registros de censo.
Cuando los inmigrantes, en su mayoría alemanes e irlandeses llegaron a Estados Unidos por primera vez, se encontraron de pronto inmersos en este ciclo de supremacía blanca y persecución de la negritud. El nativismo, o sentimiento anti-inmigración, era rampante. Pero no todos los inmigrantes alemanes se involucraron con la sociedad esclavista de Charleston de la misma manera. Algunos la sabotearon, como Jacob Reils, un tendero que se arriesgó a la pena de muerte por albergar esclavos fugitivos. Otros la adoptaron, como Charles Werner, que usó labor esclava para construir una pujante fundición de acero en la ciudad, y luego usó las ganancias de ese negocio para construir el “Iron Palace,” una extravagante sala de conciertos y Bar de cervezas. En su momento, el Palacio de Werner probablemente hizo más proselitismo en favor de las lagers de estilo alemán en la Charleston blanca que cualquier tienda de abarrotes, porque su enfoque abrazó a la supremacía blanca y segregación racial.
Las variaciones en las conductas de los inmigrantes eran usualmente generacionales. Los inmigrantes más viejos que llegaron antes de las revoluciones pro-democráticas de 1848 en Alemania eran más acaudalados, de compás político más conservador, y más dados a la sociedad esclavista que encontraron. Con más frecuencia apoyaban la jerarquía racial y apuntaban más a las élites blancas. Los inmigrantes más jóvenes y recientes, fueron testigos y participaron en una Alemania revolucionaria que promovía el pluralismo cultural sobre la aristocracia. Eran menos propensos a asimilar, y frecuentemente rechazaban el status quo de su hogar adoptivo, que incluía a la esclavitud y leyes de alcohol, porque creían que una sociedad debía madurar para incorporar nuevas comunidades. También eran más pobres, y eran los propietarios de los pequeños negocios que daban bienvenida a clientes negros por la necesidad financiera, política o más probablemente, ambas. Salvo algunas excepciones, no eran héroes o activistas. Su ideología les sirvió como inmigrantes foráneos en su nuevo hogar y en lo que respecta a la cultura cervecera, justificaron un poco de subversión aquí y allá para ganarse la vida.
Las relaciones de consumo, combinadas con la coexistencia y la discriminación compartida con las élites blancas, forjaron una relación social más cercana entre los alemanes pobres y las comunidades Gullah Geechee dando forma al Schützenfest. No fue armonioso—fue capitalista, desigual, y en ocasiones controvertido. También marcó distancia del flagrante e irrestricto compromiso a la supremacía blanca.
Y esto fue en crecimiento. El observar a uno o más charlestonianos de color en las afueras de una tienda de abarrotes propiedad de un inmigrante pronto trajo consigo una connotación bien conocida. La policía o curiosos observaban a un negro esclavo tomando una jarra de cerveza, un gill (un cuarto de pinta) de whiskey, o un tumbler de brandy con cada vez más regularidad, y los arrestos con cargos fabricados de “vagabundería”, embrigamiento público o disturbios, se incrementaron durante la década de 1850.
Los lugares de consumo de cerveza como el Iron Palace, tiendas, y el Schützenfest eran motores locales de un cambio nacional en la cultura cervecera. Pero ese cambio estaba politizado, disputado y racialmente motivado, especialmente en Charleston. Comerciar con esclavos era ilegal y subversivo, no sólo en nombre de la jerarquía racial sino también porque los afroamericanos esclavizados tendían a pagar por sus bienes con artículos robados de sus esclavistas. Adicionalmente, los alemanes tendían a oponerse a las restrictivas leyes de alcohol. Por tanto, el consumo de alcohol de afroamericanos en las tiendas alemanas se convirtió en un gran problema a través de la década de 1850.
La practica tendía a “menoscabar las institución de la esclavitud,” como declaró el alcalde de Charleston William Porcher Miles en 1857. Un juez de la ciudad, al sentenciar a un tendero irlandés en 1858, consideró “esencial” que “los intereses de la clase esclavista sean mantenidos en contra de cualquier interés foráneo.” Y amenazó con terrorismo de vigilantes si no se acataba, diciendo, “si la venta y entrega de licor a esclavos se realizaba de manera constante, no habría manera de contar los robos y asesinatos habría en consecuencia.”
Aunque nunca fue ese el caso, el historiador Jeff Strickland ha demostrado que los alemanes fueron llevados a juicio en centenares durante la década de 1850—al menos 35 sólo en Enero de 1854, otros 40 en Mayo y Junio de 1855, y más a medida que pasaba el tiempo. Si la “vagabundería” era el único cargo que la ciudad podía imponer, los tenderos enfrentaban multas de $20, una suma sustancial en aquel momento. Mientras más persistía el problema, más se politizaba. El final de la década de 1850 vió medidas enérgicas, multas más altas y sentencias de prisión.
Sólo en mayo de 1856, 18 tiendas de alemanes fueron multadas por abrir el Domingo, y 32 por operar sin licencia. Luchar contra las leyes de alcohol era también algo común en las ciudades del norte—defender la cultura cervecera era parte de la búsqueda más amplia de ciudadanía, prosperidad y aceptación etno-cultural por parte de los germano-americanos. Charlestonianos de color, libres o esclavos, eran con frecuencia arrestados en estas tiendas bajo cargos de ebriedad o “disturbios”. Típicamente enfrentaban multas de $3 a $5, latigazos o hasta una semana de confinamiento solitario. Las relaciones entre alemanes y Gullah Geechee eran vistas por los blancos de sur como una amenaza al sistema de esclavitud, una integración deficiente que complicaba la permanencia de la supremacía blanca.
El asunto con las tiendas de abarrotes también obstaculizó que los alemanes fueran considerados como blancos. Se “suponía” que los inmigrantes europeos debían estar del lado de los blancos, la esclavitud, y la creencia general de la jerarquía racial. Hasta entonces, su propio estatus racial era poco claro. Algunos locales blancos eran indudablemente clientes de las tiendas de abarrotes alemanas. Algunos asistieron también a los primeros Schützenfests. Pero el hacerlo los expuso a la crítica de nativistas diciendo que los alemanes “tribales” deberían “tratar de hacerse alemanes,” ridiculizándolos al no considerarlos totalmente blancos, y por tanto no dignos de la jerarquía racial establecida.
La tradición del Schützenfest de Charleston comenzó durante esos años, ocupando la misma escabrosa postura intermedia de sus organizadores germano-americanos. A pesar que los alemanes retuvieron el acceso exclusivo a los torneos de tiro, sus vecionos de color eran visitantes bienvenidos en el festival y tomaron una ventaja particular en sus juegos, como el de trepar a un poste engrasado, para reclamar premios en la cima. Los Charlestonianos blancos asistían, pero parecían desconectados y desconcertados. Encontraban encantadora la danza y tonto a los juegos, pero apreciaban los torneos de tiro con gran respeto. Como un evento nicho a las afueras de la ciudad, atrajo menos cólera supremacista que los mercados y las tiendas, pero a pesar de ello ofreció un espacio más donde las líneas raciales podían desdibujarse. Y apenas 10 años después, este mismo festival habitaría un mundo completamente diferente.
Tensiones sobre el asunto con las tiendas de abarrotes, como la descomposición de la sociedad esclava a su alrededor, no fueron resueltas con el tiempo, discurso civil, o leyes, sino con la guerra. En abril de 1861, soldados confederados dispararon al Fuerte Sumter y comenzaron una guerra que cambiaría a Charleston y al país para siempre. Aparentemente no hubo Schützenfest ese año—El campo de tiro del Club del Rifle Alemán, llamado Schützenplatz, estaba siendo utilizado para organizar y entrenar unidades de la armada confederada.
Por lo general, los alemanes en Charleston eran bastante ambiguos respecto a la causa confederada. Incluso se les requería servicio militar o cierto apoyo a la guerra si deseaban mantener algún estatus en la comunidad. La mayoría se enlistó en el servicio de milicia local lo que les permitió permanecer cerca de casa. Inmigrantes de la Unión que se oponían a la guerra sólo podían expresar su oposición de manera indirecta, como proveer puros, alimentos y otros bienes a prisioneros de guerra de la Unión que eran traídos a la ciudad. Como veremos en la segunda y tercera parte, los charlestonianos de color apoyaron a la Unión de manera más vocal que sus vecinos alemanes una vez que el sistema de esclavitud se desmoronó.
El apoyo ambiguo hacia la confederación por parte de los charlestonianos alemanes eventualmente se transformó en un apoyo acérrimo por la supremacía blanca a medida que sus fortunas económicas, perspectiva etno-nacionalista y estatus foráneo cambió después de la guerra. El Schützenfest es una colorida e integral pieza de esa historia.
Por ahora, recordemos algunos refranes familiares de la cerveza artesanal hoy: Las mujeres prefieren vino; a los negros no les gusta la cerveza; visitar cervecerías es cosa de gente blanca. Suenan simples, obvios y atemporales, y eso es parte de su poder, porque cualquier intención de cambio suena enorme e intrusivo. Pero cuando investigamos cuánto trabajo deliberado requiere crear y normalizar la exclusión—mantener barreras sociales por tanto tiempo que parece que siempre estuvieron ahí—podemos ver que lo disruptivo puede ser en realidad un elemento correctivo.
La terrible realidad detrás de alimentar una sociedad estas suposiciones durante siglos, es generaciones con percepciones distorsionadas. Sin la compleja y matizada realidad, somos todos culpables de prejuzgar lo que vemos en el aquí y el ahora, y de no tomar el cuidado necesario para sanar las raíces de la sociedad.
El resultado: prejuicios que crecen alimentan a nuestras comunidades, como el musgo español habitando los robles.
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