Good Beer Hunting

Empire State of Mind — Interrogando la Identidad Colonial de la IPA

Como la mayoría de la gente de color en Gran Bretaña, detesto que me pregunten de dónde soy. Me lo han preguntado dueños de bares, transeúntes y, más incómodo aún, la madre de mi pareja. Lo escucho con más frecuencia cuando me aventuro fuera de Londres a zonas de Inglaterra donde hay menos rostros no blancos. Se puede preguntar de forma inocente, de forma pasivo agresiva, o con una hostilidad absoluta. (Desde el Brexit, la hostilidad se ha vuelto más común).

Independientemente del tono, la suposición subyacente tras la pregunta es que no soy británico porque soy moreno. La pregunta también revela mucho sobre mi inquisidor, sobre cómo se enseña (o no se enseña) la historia de Gran Bretaña en las escuelas, y cómo ese vacío ha fomentado una ignorancia generalizada sobre el que fuera una vez el vasto imperio colonial de este país.

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Nunca tuve el privilegio de la ignorancia. Mi familia ha pasado generaciones viviendo como súbditos de ese imperio. Mi padre nació en Singapur, pero se llamaba a sí mismo anglo-indio a pesar de su linaje bengalí. Mi madre es malaya—intensamente malaya, creyendo que su pueblo es más puro que el chino o el indio—pero al igual que mi padre veneraba a los británicos. La filosofía de la supremacía blanca del imperio les fue inculcada desde una edad muy temprana, y anhelaban una identidad compuesta que comenzaba con ese santificado prefijo Anglo.

Luego, se sintieron atraídos por Inglaterra por los anuncios que veían cuando iban a la escuela, diseñados por el gobierno del primer ministro Harold Macmillan, para atraer a los súbditos de la Commonwealth a trabajar en la madre patria. Esos anuncios pintaban una imagen de una tierra de riqueza, oportunidades y equidad a la que, de alguna manera, se podía acceder trabajando muchas horas en un hospital del Servicio Nacional de Salud. 

Cuando llegaron, mis padres se encontraron con un mundo muy alejado de los anuncios. Vivieron en una serie de ciudades dormitorio al norte de Londres a finales de los 60 y principios de los 70, su nueva vida transcurrió en una caravana atestada con otra pareja recién formada: un chino llamado Bingo y una irlandesa llamada Mary. Todos—salvo Mary—padecían el clima y estaban lamentablemente mal equipados para lidiar con el racismo que se convirtió en una característica diaria de sus vidas.

Cuando se enfrentaron a la realidad de que los ingleses no los querían en sus calles, salas de hospital o pubs, mis padres no reaccionaron rebelándose, sino volviéndose más reverentes con los blancos. Habían crecido diciéndoles que Gran Bretaña era la mejor nación del mundo, y si eran tratados con hostilidad, asumían que era su culpa. Años más tarde, cuando estaba en la escuela, reaccionaron de la misma manera cuando les conté el racismo al que me enfrentaba por ser la única persona no blanca en el salón de clases.

El amor de mi padre por el imperio, y su creencia de que Gran Bretaña era una fuerza civilizadora, se reflejaba en la bebida que llamaba suya: la India Pale Ale. De todas sus creencias, ésta era particularmente confusa. Sus amigos eran bebedores de Lager, y su adopción de la IPA era una forma de pretender ser refinado en los días anteriores a la revolución artesanal. Pero donde él veía una bebida emblemática de la India gentil y colonial, yo veo algo muy diferente: Debido a la asociación del estilo de cerveza con la Compañía de las Indias Orientales y su brutalidad, no puedo evitar pensar en el derramamiento de sangre, opresión y esclavitud.

HOMBRES DE LA COMPAÑÍA

La Compañía de las Indias Orientales cometió el más “supremo acto de violencia corporativa de la historia del mundo” al saquear la entonces rica Bengala, en el noreste de la India, como escribe el historiador William Dalrymple en The Anarchy: The Relentless Rise of the East India Company

La Compañía de las Indias Orientales fue creada por primera vez para “comerciar” en la región india por un grupo de mercaderes en 1599. A principios del siglo 17, cuando la EIC desembarcó en el subcontinente, la India era una potencia económica en el mundo, albergaba una cuarta parte de la manufactura mundial (en cambio, Inglaterra sólo contaba con un 3% en aquella época) y un gran número de comerciantes y tejedores altamente calificados, que más tarde serían desplazados y empobrecidos por la colonización. Pronto se vio por qué la carta fundacional de la EIC le permitía hacer la guerra, y se hizo con el control de Bengala mediante el poderío militar, obligando a los financieros indios y a los gobernantes locales a comerciar con ella. 

A medida que la EIC se fue expandiendo por el subcontinente, utilizó Bengala como su base lucrativa. “Tocaron el cuello de la gallina bengalí que ponía tan asombrosos huevos de oro”, como señala Dalrymple, haciéndose de fondos personales y dinero para más tropas armadas. Además de establecer gobiernos títeres sobornando a los gobernantes locales, la EIC robó una enorme cantidad de riquezas del país. En la década de 1760, llegó a gravar a dos millones de personas en Bengala, obteniendo unos ingresos anuales de hasta 315 millones de libras (430 millones de dólares) en dinero actual. Durante la Gran Hambruna de Bengala de 1770, la Compañía de las Indias Orientales continuó con esta política, a pesar de que la población se estaba muriendo de hambre. Como escribe Dalrymple, “devoraron la economía de Bengala como una invasión de termitas”.

Además de los horrores que perpetró en el subcontinente—incluyendo la concesión de licencias para permitir a cualquier compañía europea el saqueo, y la negativa a pagar peajes y derechos locales mientras imponía sus propios impuestos punitivos—la EIC, en su ansia por controlar el comercio mundial, también estableció fábricas de opio en Asia Oriental, lo que provocó una adicción generalizada y conflictos violentos. 

En 1803, la Compañía de las Indias Orientales comandaba un ejército de 200.000 personas, el doble que el ejército británico de la época. Robert Clive, el primer gobernador de Bengala y mayor general de la EIC, era tan rico que el hurón mascota de su esposa tenía un collar de diamantes que valía 262.000 libras (359.000 dólares) en dinero actual. 

Aunque la EIC quería parecer autónoma del gobierno británico, no era así. En el siglo 19, una cuarta parte de los miembros del Parlamento eran accionistas, y utilizaban los beneficios para asegurarse su elección mediante el sistema de boroughs. Como señala el Wall Street Journal, “Para el siglo 19 [la Compañía de las Indias Orientales] había construido gran parte de los muelles de Londres y era responsable de casi la mitad del comercio británico; su gasto anual sólo en Gran Bretaña equivalía a una cuarta parte del gasto total del gobierno”.

LA HISTORIA DE LA IPA

Con este telón de fondo nos llega la historia de la IPA. Repetida con credibilidad por cervecerías familiares y multinacionales, y aún hoy recitada por empresas contemporáneas de cerveza artesanal, la historia cuenta que el cervecero George Hodgson, con sede en Bow, al este de Londres, elaboró una nueva cerveza que podía sobrevivir al largo viaje a la India, y la llamó India Pale Ale. Se trataba de una versión turbocargada de una Pale Ale inglesa, elaborada con mayor cantidad de lúpulo (cuyas propiedades antimicrobianas ayudaban a prevenir su deterioro) y con un mayor porcentaje de alcohol para ayudarla a sobrellevar el tiempo en el mar. Hoy en día, esa historia es tan conocida que se ha convertido en una leyenda, la romántica historia del origen del estilo de cerveza favorito de la industria artesanal.

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Desafortunadamente, ese acogedor cuento de hadas pasa por alto la mayoría de las realidades de la época.

Es cierto que la EIC participó en el envío de cervezas a la India para los soldados y los administradores coloniales, pero ahí termina la conexión de la IPA con la identidad india. Los británicos consideraban a los indios inferiores, y la IPA no era bebida por la mayoría de los lugareños; en cualquier caso, estaba prohibida en muchos establecimientos donde bebían los blancos. 

“Los colonos que vivían en estos países querían un poco del antiguo sabor de casa, ya fuera en la comida o en la bebida. Fabricar cerveza [localmente] debió haber sido muy difícil en términos de gestión del proceso de malteado y producción de mosto”, dice Sir Geoff Palmer, que recientemente fue nombrado uno de los 100 grandes británicos negros, y en abril fue nombrado rector de la Universidad Heriot-Watt de Escocia. “Hoy en día, la IPA es sólo una marca que la gente utiliza para venderla. No puede describirse como esas IPA en términos de ingredientes o materia prima”.

La adopción de la cerveza por parte de la EIC no era más que otra forma de ganar dinero para la entidad corporativa. En aquella época, las cervezas—particularmente las Porters, e incluso las Pale Ales—ya se enviaban a todo el mundo desde diversas partes del Reino Unido (evidencia histórica muestra incluso que las Porters de la época sobrevivían bien en el mar, lo que desbarata la idea de que había que crear una cerveza nueva para esos viajes). 

Los muelles de la EIC estaban en Blackwall, al este de Londres, convenientemente cerca de la cervecería de Hodgson, que enviaba su cerveza por barcaza, suministrando un producto codiciado al contingente británico de la India. Hodgson ofrecía un crédito favorable a la EIC, lo que significaba que sus cervezas podían ser pagadas después de llegar a la India, lo que llevó a que se enviaran 4.000 barriles de la cervecería Bow en un año (1813) bajo el mando del hijo de Hodgson, Mark. Más tarde, la codicia hizo que se acabara el lucrativo acuerdo de la cervecería, ya que el nieto de George, Frederick, y su socio Thomas Drane, intentaron prescindir de los intermediarios de la EIC y comerciar directamente. La indignada EIC buscó otro contrato con el cervecero de Burton-on-Trent Samuel Allsopp, que copió con éxito la receta de Hodgson en 1822.  

Otro punto de aclaración: Como señala el historiador de la cerveza Martyn Cornell, las primeras pruebas de cervezas comercializadas como “India Pale Ales” no aparecen hasta 1829. “Podemos suponer que Hodgson conocía muy probablemente la opinión expresada en los libros sobre elaboración de cerveza escritos en la década de 1760 de que era una buena idea elaborar ales muy lupuladas para exportarlas a climas más cálidos. Pero no existe ninguna prueba de que Hodgson fuese el que haya descubierto esto”, escribe Cornell. “Con el tiempo, ese conocimiento general sobre la necesidad de lupular las cervezas para exportarlas a lugares como la India llevó, al parecer, a los cerveceros a anunciar para su venta algo que llamaban “Pale Ale preparada para el clima de la India oriental y occidental” y otras denominaciones similares, que finalmente se acortó o resumió como “India Pale Ale””.

Esos primeros predecesores de las IPA ciertamente no serían reconocidos como tales por los bebedores de hoy. Cornell las describe como “algo parecido a las actuales bitter ales”, o similares a las autumn stock beers fuertemente lupuladas.

“Creo que estaba a medio camino entre una IPA inglesa moderna y una Barley Wine”, señala el escritor cervecero londinense Pete Brown, que ha escrito un libro sobre la “cerveza que creó al Imperio Británico”. “Tendría alrededor de un 7%, un poco más dulce que ahora, y al beberla todo el carácter aromático del lúpulo habría desaparecido. Era más suave, y la gente de la época la comparaba con el champán. No sabían que el agua Burton era tan buena y cuando Allsopp recreó la receta sabía mucho, mucho mejor. El carácter de agua dura del agua Burton es lo que define el estilo”.

FALSO PASADO

La historia de la IPA, por tanto, no es la historia apolítica que tantas empresas cerveceras defienden sin postura crítica. Tampoco el origen del estilo de cerveza está tan singularmente definido. Su verdadera historia es mucho más turbia y está ligada a los horrores del imperio.

Aunque me avergüenza que mi madre y mi padre pasaran por alto estos factores cuando disfrutaban de sus costumbres coloniales, no soy la única persona británico-asiática que tuvo una crianza así. Steve Sailopal, fundador de Good Karma Beer Co., nació en el este de Londres—irónicamente a la vuelta de la esquina de donde estuvo la cervecería de Hodgson—en un año simbólico para el triunfo postcolonial: 1966, la única vez que la selección inglesa ganó la Copa del Mundo de fútbol (o cualquier torneo importante). Sailopal dice que, a pesar de su historia familiar (su padre era sastre de oficiales superiores en Calcuta, y fue el primero de su familia en alejarse de la vida agrícola) nunca habló del imperio con sus padres.

“Quizá deberían haberme enseñado más sobre [el imperio] en la escuela”, comenta. “Porque me gustaría haber tenido la oportunidad de hablar de ello con más detalle cuando era muy joven, antes de que mi padre falleciera. Y ahora que leo sobre ello, es revelador”.

Se acepta tácitamente tanta iconografía imperial o colonial en la marca y el marketing sin ningún compromiso crítico con lo que está pasando. Así que el hecho de que uno pueda sentarse allí con su Maharaja IPA, y este tipo de entornos postindustriales, ligeramente nostálgicos, inspirados en el patrimonio, es algo que debe ser conocido y criticado, abordado, porque creo que con demasiada frecuencia, la mayoría de la gente simplemente la consume sin pensar en ello.
— Dr. Sam Goodman, Universidad de Bournemouth

Sailopal habla de la rabia que siente al oír hablar de la leyenda de la IPA—que durante la época colonial, los barcos con joyas, algodón y recursos naturales robados volvían a Inglaterra para ser sustituidos por productos, como la IPA, para los soldados y expatriados de la EIC. 

“Si vas a Delhi, [la influencia británica está] en todas partes. Se nota en los edificios—hay muchas similitudes entre Connaught Place, en Delhi, y Regent Street, en Londres, sobre todo en la parte cercana a Piccadilly Circus. Siendo londinense, uno observa dos veces cuando ve esto, y realmente no puede pasar desapercibido. Pero sólo espero que algo así no vuelva a suceder”.  

Sin embargo, repetir la historia parece estar más a la orden del día que nunca. Incluso mientras escribo este artículo, estoy rodeado de recuerdos coloniales. Estoy en un pub decorado al estilo de un club victoriano de caballeros, con sillones de cuero afelpados y un interior de madera descolorido, pero elegante. En las paredes hay anuncios del siglo 19 de caldo de carne OXO; los clientes piden ginebra Bombay Sapphire (creada en 1986) con agua tónica india; y ojeo un catálogo que vende contraventanas de plantación, muy populares en la zona aburguesada del sur de Londres donde vivo. Compruebo en mi teléfono que un antiguo asesor del primer ministro—un hombre casado con una descendiente del antiguo gobernador de Kenia caído en desgracia, que encubrió las atrocidades coloniales—afirma que el Reino Unido no siguió a otros países y se cerró lo suficientemente rápido durante la primera oleada de la pandemia, ya que los funcionarios decían: “Los asiáticos hacen todos lo que se les dice, así que [el cierre] no funcionará aquí”

Mientras tanto, estoy bebiendo una Maharaja IPA de West Berkshire Brewery. Se comercializa como la misma bebida que se enviaba a la India para que la disfrutaran los colonos indulgentes. Pero, como ahora sabemos, la IPA que estoy bebiendo, y las que le gustaban a mi padre, no se parecen en nada a las cervezas enviadas en la época colonial. La IPA se ha deformado y ha evolucionado tanto desde su creación que aquellos bebedores de antaño probablemente no reconocerían la cerveza que tengo en mis manos—por lo que esas anacrónicas costumbres coloniales son aún menos relevantes.

La IPA moderna es, como las contraventanas o el agua tónica india, parte de un movimiento que Salman Rushdie describió en los años 80 como “el renacimiento del Raj”. En Imaginary Homelands, una colección de sus ensayos escritos entre 1981 y 1992, el escritor (y antiguo ejecutivo de publicidad) sostiene que la nostalgia británica por el imperio está incrustada en el racismo, y lamenta cómo “las ideas del pasado se pudren en la tierra y fertilizan el presente”.

Los estereotipos que Rushdie lamenta, que se ven hoy en día en botellas de cerveza como la Bengal Lancer de Fuller's, son fáciles de ignorar “si la tuya no es la cultura que se ridiculiza” y si tu cultura “tiene el poder de contragolpear el estereotipo”, como señala Rushdie. Para el Dr. Sam Goodman, académico principal de Inglés y Comunicación en la Universidad de Bournemouth, el Raj Revival no ha terminado, y es algo por lo que los que están siendo estereotipados tienen todo el derecho a sentirse enfadados.

“La crisis de identidad por la que ha pasado Gran Bretaña ha durado aproximadamente 50 o 60 años”, afirma. “Gran Bretaña se ve a sí misma como un país con un enorme legado de patrimonio e historia. Y se pregunta continuamente: '¿Sigue estando la nación a la altura del peso de las expectativas que conlleva esa historia? Este deseo de validación entra directamente en la conversación sobre el Brexit. Y esa especie de espíritu de espadachín, de bucanero, que hemos oído esgrimir a varios políticos en los últimos años”.

Puedo entender por qué la extrema derecha de este país recurre a símbolos del pasado imperial y supremacista blanco de Gran Bretaña, pero no veo por qué la iconografía colonial es aceptada por amplias franjas de la población mayoritaria. En la calle donde vivo en Londres, hay filas y filas de casas con contraventanas y, confusamente, un montón de carteles de Black Lives Matter pegados a ellas.

“Se acepta tácitamente mucha iconografía imperial o colonial en la marca y el marketing sin ningún compromiso crítico con lo que está pasando”, dice Goodman. “Así que el hecho de que puedas sentarte allí con tu Maharaja IPA, y este tipo de entornos postindustriales, ligeramente nostálgicos, inspirados en el patrimonio, es algo que necesita ser conocido y criticado, abordado, porque creo que con demasiada frecuencia, la mayoría de la gente simplemente la consume sin pensar en ello”.

Aceptar tácitamente el marketing exótico e influenciado por la India es algo que mi padre hacía con frecuencia. Y eso sigue ocurriendo, incluso entre los asiáticos británicos modernos y altamente educados. Sadiq Khan, cuando fue reelegido como alcalde de Londres a principios de este año, decidió celebrarlo visitando Dishoom, una cadena de restaurantes que cultiva un ambiente de imperio con su ineludible decoración falso-colonial. Khan suele hacer alarde de su herencia “inmigrante”—con frecuencia pronuncia discursos en los que menciona que su padre, Amanullah, era conductor de autobús—por lo que resulta sorprendente que haya optado por comer en un restaurante que se ha convertido en un símbolo de la elegancia colonial en lugar de comer una dosa en su localidad natal de Tooting, en el sur de Londres, un lugar apodado “la milla del curry” por su gran población sudasiática.

DESASTRE REAL

En última instancia, me resulta difícil comprender por qué alguien de color aceptaría tácitamente cualquier símbolo imperialista. Tengo el máximo respeto por Sir Geoff Palmer, por ejemplo, que tanto ha hecho por dar a conocer la verdad sobre el racismo durante su extraordinaria carrera, pero me parece problemática la aceptación de los títulos de caballero porque formaban parte del imperio tanto como la EIC. Me doy cuenta de que somos de generaciones muy distintas—Palmer tiene 81 años y llegó a este país a mediados de la década de 1950—y preguntarle a alguien que ha sido durante mucho tiempo un activista antirracista por qué aceptó un honor de la Reina fue difícil. Sin embargo, Palmer responde con gusto.

Recuerdo cuando recibí mi OBE. Justo antes de que falleciera mi madre. Le dije que había gente que decía si debía ir al Palacio de Buckingham a recogerla. Ella dijo: ‘Somos descendientes de esclavos. La gente no nos dio nada. ¿Por qué no habrías de aceptarlo?—Tú hiciste al imperio.’
— Sir Geoff Palmer, Universidad de Heriot-Watt

“Recuerdo cuando recibí mi OBE. Justo antes de que falleciera mi madre. Le dije que había gente que decía si debía ir al Palacio de Buckingham a recogerla. Ella dijo: 'Somos descendientes de esclavos. La gente no nos dio nada. ¿Por qué no habrías de aceptarlo?—Tú hiciste al imperio'”.

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Pero cuando se nos habla del imperio, o se nos muestran imágenes que pretenden representar nuestra historia, nunca se celebra a una persona negra como Palmer. La aceptación por parte de Gran Bretaña de las falsedades coloniales está arraigada en la forma en que se enseña la historia en las escuelas. La historia no es una asignatura obligatoria en los GCSE (exámenes importantes que se realizan a los 14 años), y cuando se enseña, el imperio no forma parte del plan de estudios nacional obligatorio. Se puede enseñar, junto con asignaturas como la historia de los británicos negros o la historia de la migración, pero es muy poco probable que el escolar medio aprenda mucho sobre ello. Es igual de improbable que conozcan la batalla de Plassey (cuando la Compañía de las Indias Orientales obtuvo una victoria decisiva contra las tropas bengalíes y francesas), o el saqueo del reino de Mysore (cuando el erudito sultán Tipu fue asesinado; sus increíbles posesiones fueron entonces robadas o destruidas, y Lord Wellesley levantó una copa bebiendo “por el cadáver de la India”) o el hecho de que un músico negro actuase en la corte de Enrique VII.

No todos los que enseñan estos currículos blanqueados son cómplices. Dan Lyndon-Cohen ha hecho campaña para que la historia de los negros se incluya en los planes de estudio, y ha luchado para que las juntas examinadoras reconozcan la historia de la migración como un tema del GCSE. Gales ha pasado a incluir estos cambios tras una larga batalla, pero el resto del Reino Unido no es ni de lejos tan progresista. Lyndon-Cohen también ha formado parte de un reciente proyecto para ampliar la historia que se enseña en las propiedades del National Trust, una colección de edificios históricos conservados que están abiertos al público, una medida atacada por la prensa y los políticos de derecha del Reino Unido.

“Nos hemos quedado con un plan de estudios muy eurocéntrico y estrecho”, dice. “Probablemente desde que el imperio estaba en su auge. No hay más que ver la reacción del National Trust. Es una falsa guerra cultural, con una narrativa que dice que tenemos que recordar las partes buenas del imperio y olvidar las partes desagradables. Como si hablar de esas cosas no fuese británico”.

Mi escolarización en una pequeña ciudad de mercado a las afueras de Londres era tan blanca que sólo recuerdo dos ocasiones en las que se aventuró en temas que podrían describirse como “imperio”. En geografía, tratamos una hambruna en Bangladesh, lo que hizo que algunos niños me llamaran “Desh” para rimar con la primera parte de mi apellido. Y en Literatura Inglesa GCSE estudiamos un libro que exploraba la experiencia británica-asiática llamado Sumitra's Story de Rukshana Smith, lo que condujo a más burlas, pero esta vez de naturaleza sexual.

“El imperio es un tema delicado”, comenta Lyndon-Cohen. “Los profesores no quieren entrar en él y se preocupan por las reacciones en el aula. Así que estamos tratando de promover un modelo similar a la forma en que se enseña el Holocausto, para tratar de abordar algunas de esas preocupaciones”.

PURO Y SIMPLE

Si muchas marcas y restaurantes están jugando activamente con los temas coloniales, otros han intentado diferenciarse denigrándolos. Recientemente, Fourpure Brewing Co., con sede en Londres, publicó un anuncio de una IPA con el eslogan “Elaborada en ninguna parte de la India” durante un reciente y controvertido cambio de marca. Llamé a Fourpure para informarle sobre este asunto y la respuesta de la cervecería fue sorprendente—se disculpó profusamente y retiró los anuncios. Un portavoz de Lion Little World Beverages dijo: “Nos equivocamos en esta ocasión y lamentamos mucho que se haya pasado por alto”.

No veo esto como una victoria. ¿Cómo se equivocó Fourpure cuando tantas cervecerías, especialmente las artesanales, siguen comercializando la IPA en términos de imperio? Puede que pienses que el siguiente paso es pedir que se cancelen las IPA, pero en lugar de eso, creo que tenemos aquí una oportunidad para educar. 

Nos hemos quedado con un plan de estudios muy eurocéntrico y estrecho. Probablemente desde que el imperio estaba en su auge. No hay más que ver la reacción del National Trust. Es una falsa guerra cultural, con una narrativa que dice que tenemos que recordar las partes buenas del imperio y olvidar las partes desagradables. Como si hablar de esas cosas no fuese británico.
— Dan Lyndon-Cohen, Educator and Campaigner

Sugerí a Fourpure que, como alternativa a ofender a la comunidad de artesanos, podría tomar la delantera en un verdadero proyecto antirracista y comercializar la IPA de forma diferente a todos los demás. Sus IPAs podrían venir con una explicación del contexto real en el que se elaboraron originalmente, y con retazos de la historia británico-india. Los representantes de Fourpure dijeron que era demasiado difícil hacerlo en este momento desde una “perspectiva de producción”, pero que considerarían la posibilidad de hacer algo así en el futuro. En cualquier caso, espero que otras empresas cerveceras consideren la idea, aparentemente radical, de contar la verdad sobre el imperio británico. Si nuestras escuelas no lo hacen, tal vez nuestras cervezas sí.

Tomar estas medidas para cambiar el etiquetado puede parecer un poco trivial en un momento en el que las tasas de mortalidad por el coronavirus son tan altas en todo el mundo, pero Sailopal, de Good Karma, cree que la pandemia mundial ha cambiado la forma en que miramos estas cuestiones. “Una cosa que hemos aprendido de COVID es a ser más compasivos”, dice.

Le planteo la idea de la actualización de la marca IPA a Goodman, que ha escrito un libro que saldrá a finales de año titulado El Raj Retrospectivo. La idea lo detiene y menciona una sorprendente coincidencia.

“Es una idea muy interesante”, dice. “Hace unos años, conseguí algo de dinero para llevar a cabo un proyecto con una empresa de diseño en torno a las etiquetas de cerveza. Y quería ver si era posible producir una Pale Ale postcolonial. Y, lamentablemente, ese proyecto no acabó funcionando porque el financiamiento desapareció”.

Quiero ver una cerveza que se venda como una “India Pale Ale”, pero que se anuncie y comercialice de forma que explique el legado del imperio británico, y la sangre que se derramó en el proceso. En lugar de fabricarse “en ningún lugar de la India”, ¿qué tal una etiqueta en la botella o en la lata que informe al bebedor sobre las fechorías de la EIC y explique por qué estas cervezas se enviaron a la India en primer lugar? 

Si realmente vivimos en una etapa postcolonial, y si la cerveza artesanal es tan diversa e inclusiva como dice ser, entonces seguramente podemos unirnos para cambiar la narrativa predominante. Podemos utilizar las herramientas que tenemos a mano para educar a los consumidores, para que puedan entender mejor el imperio, la migración y el racismo. Porque, en última instancia, si no sabemos de dónde viene, la gente seguirá preguntándome de dónde soy.

La verdad es que, al igual que la IPA: Soy de Londres.

Textos, David JesudasonIlustraciones, Sinjin Li Language

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